"Desde mi ventana" Relato ganador del III Certamen literario de padres/madres de la biblioteca

 Os compartimos el relato ganador en el III Certamen literario de la biblioteca Virgen de Belén.

La autora es Inmaculada Galícia Gandulla:

Desde mi ventana

Desde mi ventana podía observar sus manos entrelazadas, decoradas con marcadas arrugas por décadas cumplidas. Cada mañana besaba la Virgen colgada en su cuello y la foto del que, supongo, sería su esposo.

Resultaba curioso. El confinamiento nos tenía encerrados y ver la vida a través de las ventanas resultaba entretenido. Pero, poco a poco y sin saberlo, esta mujer octogenaria, de pelo blanco y roete recién peinado, se estaba convirtiendo en mi amiga.

Desde mi ventana no sólo veía una abuela en una residencia, sino una vida de sacrificio, unos brazos debilitados que habrían abrazado ardientemente, unos tiernos labios que habrían besado con amor a todos sus seres queridos … y veía soledad. Ahora veía su soledad que, de manera incongruente, era su única compañía.

De vez en cuando unas lágrimas se escapaban hacia mis carrillos cuando se asomaba para ver pasar a la gente y tocaba el cristal como acto reflejo. Sus brazos se entrelazaban entre sí buscando un refugio, ahora prohibido. Aquella condena a estar sola, apartada del mundo exterior no era justa. Pero allí estaba ella, sobreviviendo una vez más.

Se me erizaba el bello cuando observaba a sus cuidadoras, que con tanto amor le ayudaban en todas sus necesidades, entregándose en cuerpo y alma. Y día tras día, llegué a posarme allí para verla. María, así la quise llamar.

Una tarde, coincidiendo con la hora de los aplausos a los sanitarios, a las 8, desplegué por mi ventana una pancarta que ponía: ” Mí abrazo para ti”. Quería que me viera, que supiera de mi existencia. Así fue. Sus ojos brillaron de emoción y se abrazó a sí misma mirándome con gratitud. Esa mirada la recordaría el resto de mi vida.

Y así, cada tarde, nos hacíamos compañía. Aprendimos a abrazarnos en la distancia, a besarnos con la mirada, a echarnos de menos. Esto era, ni más ni menos, que el lenguaje de nuestras almas.

Pero un día salí y ella no estaba. La habitación mostraba guantes por el suelo, la cama estaba desalmada … y el ruido de la ambulancia replicaba en mis oídos. << El bicho>>, pensé.

Todo cambió desde entonces. Aunque seguía saliendo, cada tarde, para aplaudir a los sanitarios; aunque Teo insistiera en mover su colita para sacarme una sonrisa, ya no era igual. Esperaba volver a verla. Ahora sólo había un letrero con un arcoiris pintado que decía: “ Todo saldrá bien”.

Los días fueron pasando. Me refugié en los libros, en la compañía de Teo enroscado junto a mí. Aprendí a viajar a través del hilo telefónico, a mandar mi amor a través de la videollamada; aprendí el nombre de todos mis vecinos que, aprovechando la colada, nos dábamos apoyo… aprendí a esperar, a no perder la esperanza.

Así fue. Una tarde, una cualquiera de esos largos meses, me asomé como cada día y la vi.

- ¡ Maríaaaaaa!, grité.

Allí estaba ella, con una linda sonrisa y sosteniendo un cartel que decía: “Gracias por esperarme”.

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